Las que se escuchan son las que cuentan la historia, por eso durante años, muchos de nosotros transitamos la escuela primaria festejando el “Día de la Raza”, el gran descubrimiento de América. Las caratulas de los cuadernos y los actos escolares eran un homenaje a los conquistadores, invasores y arrasadores de América y su gente.
Desde este relato, esa única voz europea se impuso e hizo que durante años contemos nuestra historia, tomando su mirada y desconociendo nuestros propios relatos y experiencias.
Esto refleja como lo simbólico, siempre cargado de ideología, nos atraviesa y nos constituye como pueblo, como ciudadanos, como americanos.
Así crecimos, reconociendo a quienes de manera brutal arrasaron con nuestra identidad, cultura, historia, hombres y mujeres dueños y hacedores de estas tierras, lejanas, diversas, ricas y libres.
Ante tal opresión hubo resistencias, quienes se defendieron como pudieron y con lo que pudieron. No alcanzó para evitar su aniquilamiento, pero si, para que después de muchísimos años empiecen a ser reconocidos.
Hoy la resistencia pasa por la revisión histórica, las transformaciones culturales, los avances como sociedad, el pensamiento crítico, la reflexión sobre lo hecho y lo dicho, para reconocer esas voces que se silenciaron y poder decir con firmeza que no fue descubrimiento fue invasión, que no fue la ocupación de una “tierra de nadie”, fue la opresión de un pueblo libre.